Siete vidas by John Grisham

Siete vidas by John Grisham

Author:John Grisham
Language: eng
Format: mobi
Tags: Novela
Published: 2009-11-03T05:00:00+00:00


La habitación de Michael

Probablemente el encuentro era inevitable en una ciudad de diez mil habitantes. Antes o después acabas encontrándote a casi todo el mundo, incluidos aquellos cuyos nombres olvidaste hace tiempo y cuyos rostros apenas te suenan. Algunos nombres y algunas caras se graban y se recuerdan, y resisten a la erosión del tiempo. Otros se descartan casi al instante, la mayoría por una buena razón.

En el caso de Stanley Wade el encuentro fue provocado en parte por la persistente gripe de su mujer y en parte por la necesidad de provisiones, además de por otras razones. Tras una larga jornada en la oficina, Stanley telefoneó a casa para comprobar cómo se encontraba su mujer y preguntar por la cena. Ella le informó en tono bastante abrupto de que no le apetecía cocinar ni comer y, si él tenía hambre, sería mejor que se pasara por la tienda. ¿Cuándo no había tenido hambre Stanley a la hora de cenar? Intercambiaron algunos comentarios y se decidieron por la pizza, prácticamente el único plato que Stanley sabía preparar y, curioso, lo único de lo que quizá su mujer picara un poco. Preferiblemente de salchicha y queso. «Entra por la puerta de la cocina y no alteres a los perros, por favor», le pidió su mujer. Quizá estuviera durmiendo en el sofá.

El ultramarinos más cercano era el Rite Price, un viejo local de saldos a escasas manzanas de la plaza, con pasillos sucios, precios bajos y regalos baratos que atraía a las clases populares. Casi todos los blancos con ínfulas compraban en Kroger, al sur de la ciudad, fuera de la ruta de Stanley. Pero solo quería pizza congelada. ¿Qué más daba? En esa ocasión no pensaba comprar el más fresco de los productos orgánicos. Tenía hambre, le apetecía comida basura y quería llegar a casa.

Obvió los carritos y los cestos de la compra y se encaminó directamente a la sección de congelados, donde eligió una creación de treinta y seis centímetros con nombre italiano y frescura garantizada. Estaba cerrando el cristal helado cuando notó que había alguien de pie pegado a él, alguien que lo había visto, lo había seguido y ahora prácticamente le echaba el aliento a la cara. Alguien mucho más corpulento que Stanley. Alguien a quien no le interesaban los congelados, al menos por el momento. Stanley giró hacia la derecha y su mirada se topó con una cara malhumorada que había visto antes en alguna parte. El hombre tendría unos cuarenta años, aproximadamente diez menos que Stanley, le sacaba al menos diez centímetros y era mucho más ancho de pecho. Stanley era liviano, casi frágil, en absoluto atlético.

—El abogado Wade, ¿verdad? —dijo el hombre, más a modo de acusación que de pregunta. Incluso su voz resultaba vagamente familiar: un tono peculiarmente agudo para alguien tan corpulento, rural pero no ignorante. Una voz del pasado, no cabía duda.

Stanley supuso acertadamente que su encuentro anterior, cuando y dondequiera que ocurriera, tenía que ver con alguna demanda judicial y no hacía falta ser un genio para deducir que no habían estado del mismo bando.



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